Madonna: crónica de su concierto en Barcelona
“The Celebration Tour” recaló los días 1 y 2 de noviembre en Barcelona (Palau Sant Jordi) para recordarnos que Madonna sigue ocupando el trono en el pop
Arca, encargada de calentar el ambiente en un Sant Jordi que se iba llenando con cuentagotas, terminó su sesión de DJ –ritmos muy gordos a base de hyperpop, gabber, dembow y house con asteroides– a las 20:30, hora en que, según los papeles, Madonna debía comparecer sobre el escenario. Pero una diva es una diva y la de Michigan no se dignó hacer acto de presencia hasta las 21:49. Retraso injustificado que el publicó campeó como pudo: haciendo la ola y exteriorizando su enfado en diversas ocasiones. No es la primera vez que Madonna se hace de rogar –en noviembre de 2015, en el mismo escenario, durante el “Rebel Heart Tour”, la demora también fue considerable–. La gira de “Madame X” solo recaló en 2020 en Europa en teatros de Lisboa, Londres y París, así que esta “celebración” significaba el reencuentro en Barcelona con la artista tras ocho años de ausencia.
Reacia a la fórmula en directo de los “grandes éxitos”, Madonna ha decidido ahora utilizar el formato para reivindicar su corona de Reina del Pop y recordar su abultada trayectoria, una que, pese a lo errático de su producción musical de los últimos años, ha ido dejando profundas huellas en el siempre cambiante y traicionero mapa de la música popular desde el inicio de los años ochenta, algo que se encargó de subrayar en la introducción Bob The Drag Queen antes de que la reina se hiciera carne, como una virgen (corona incluida) engalanada de negro por cortesía de la firma Vetements, a los acordes de “Nothing Really Matters”, uno de los cortes de “Ray Of Light” (1998).
En el primero de sus dos parlamentos –en el segundo nos instruyó sobre el amor universal, la diversidad y la importancia de dar acogida al “otro”–, Madonna recordó que “este show es la historia de mi vida” y también que el “arte es el reflejo de su tiempo”, antes de hincarle el diente a “Everybody” e “Into The Groove”, homenajeando al Nueva York canalla de sus inicios y pasar acto seguido a empuñar la guitarra eléctrica y ponerse “dura” con “Burning Up” (de su álbum de debut, 1983). Afortunadamente, los tiros de su carrera se dirigieron hacia otras dianas, dándole esquinazo al rock de fórmula caduca.
Imágenes de Tamara de Lempicka para ilustrar los acordes de “Open Your Heart”, antes de que “Live To Tell”, también repescada de “True Blue” (1986), se erigiera en uno de los momentos más emotivos de la noche con su recuerdo a los caídos por el sida con proyecciones de amigos y conocidos (Christopher Flynn, Mappelthorpe, Haring, Cookie Muller…) en unas pantallas que progresivamente se iban llenando de rostros anónimos. ¿Hace falta resaltar que la Ciccone habló alto y claro en unos momentos en que la enfermedad estaba fuertemente estigmatizada por la sociedad y los estamentos oficiales?
Ritual religioso oscuro y libidinoso en un rotundo “Like A Prayer”, con guiño a Prince incluido; Tokischa en diferido desatando su lengua en el prólogo de “Hung Up” (con su infalible sample de ABBA); esquirlas de Martha Graham y Merce Cunningham en las coreografías de “Justify My Love” (con coda del clásico “Fever”); su hija Marcy James al piano durante “Bad Girl” (con interpolaciones del prusiano Charles Mayer); un eufórico “Vogue”, con Madonna puntuando a los concursantes (otra hija, Estere, entre ellos); ritualismo en negro –con reverencia al místico George Gurdjieff– durante “Die Another Day”; wéstern supergay en “Don’ Tell Me”...
“I Will Survive” (Gloria Gaynor) en acústico precede a la explosión vitalista de “La isla bonita” y su sucesión de imágenes de antecesores que rompieron esquemas en su vida y en su arte –de Guevara a Bowie, de Marlon Brandon a James Baldwin, de Frida Khalo a Malcolm X– antes de que el descomunal mash up de “Billie Jean” y “Like A Virgin” nos avise de que la fiesta –con dirección musical de Stuart Price y muchas canciones en modo remix para expandir el ritmo– se acaba. A lo grande: con el cuerpo de baile encarnando a todas las Madonnas pasadas mientras la actual –en corsé y con toga monjil: carne y espíritu– pasea imperial al ritmo de “Bitch I’m Madonna” y “Celebration”, con las cartas boca arriba: ella es, todavía, la auténtica, única, Queen Bitch del pop.
Crónica por Juan Cervera || Foto: Kevin Mazur
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