La visita musical de Elton John a Barcelona
El último vuelo de Rocket Man
La llegada de Sir Elton John a Barcelona, única escala en territorio español, vino encuadrada en una gira de adiós que arrancó en 2018 y que fue postergada por la pandemia y por una operación de cadera. Si cuando empezó tenía 71 años, este mayo se plantó con 76 para despedirse del público español y, de paso, sumar otro récord a su vitrina de gestas inalcanzables: 817,9 millones de dólares recaudados en un total de 305 conciertos y cinco millones de entradas vendidas. Las dos fechas en el Palau Sant Jordi de Barcelona con el cartel de sold out. El célebre pianista se despidió definitivamente de la maquinaria de las giras el 8 de julio en Estocolmo.
Rocket Man recaló en la capital catalana conforme a la altura de la particularidad, dispuesto a alargar su recuerdo mitológico con un festín de luminosidad pop y culto nostálgico a su propia figura y legado. Orientó esa misión asumiendo con lucidez rebuscar en ese repertorio que ayudó a acuñar la marca pop-rock de los años setenta. Y qué mejor que sintonizar con sus épocas más gloriosas que un arranque con los distintivos acordes de piano de “Bennie And The Jets”, tema de ese “Goodbye Yellow Brick Road” (1973) que cede su nombre a la gira convocada.
Elton John no se separó de su piano, llevaba un vestuario Gucci más discreto que en otras ocasiones y estuvo asentado en un lugar preferente de un escenario liberado de espacio –luego se descubriría el porqué– y dispuesto en tres niveles, donde se ubicaban los músicos. Detrás de estos últimos, una pantalla grande emitiendo señales de su extravagante universo estético. Siguió inspeccionando su patrimonio más cotizado con un “Philadelphia Freedom” descafeinado, cuyo supuesto dinamismo quedó ligado a esas imágenes coloristas vomitadas por la pantalla que parecían robadas de una campaña de H&M o Etnia.
Una tonalidad estética de dudoso gusto que cambió radicalmente para el siguiente tema. Fotos costumbristas de Martin Parr –su país y sus gentes– acompañaron la interpretación de “I Guess That’s Why They Call It The Blues” antes de responder con el primer paso de nivel de la noche. “Border Song”, la canción que dedicó a su admirada Aretha Franklin, quien en su día hizo una versión a la vez que Elton y Bernie Taupin publicaban el tema –hecho que Captain Fantastic señaló como uno de los momentos más dulces del inicio de su carrera–, evidenció una ganancia vocal extra y un dominio incuestionable frente al piano. El discutible gusto visual se siguió manifestando en un “Tiny Dancer” de mínimas variaciones que no brilló como se esperaba de uno de sus clásicos.
La sección histórica de la banda de acompañamiento está compuesta por Davey Johnstone a la guitarra y a la batuta de la formación, el veterano Nigel Olsson (aka Christopher Plummer) a la batería y Ray Cooper con todo un nivel para recrearse en artillería percusiva. Estos acompañantes de largo recorrido estuvieron reforzados por el bajo de Matt Bissonette, por John Mahon añadiendo nuevas dinámicas de percusión y por Kim Bullard a los teclados. Juntos, articularon una sustantiva progresión ascendente. Y el punto de inflexión, tras unos inicios desangelados en lo instrumental, lo marcó la ejecución de “Have Mercy On The Criminal”, del álbum “Don’t Shoot Me, I’m Only The Piano Player” (1973). Una conjunción blues-rock con solo de Johnstone que despertó a los asistentes, hasta ese punto algo aletargados.
La predisposición entusiasta llegaría con otro de sus clásicos imperecederos. Un “Rocket Man” de impulso cósmico aceleró miocardios. No importó que lo extendieran con una coda new age que parecía diseñada por la peor versión de Mike Oldfield. Por suerte quedó resarcida con otra coda, esta vez satisfactoria, mediante un piano ragtime manipulado por esos dedos prodigiosos que siguen preservando el mojo. Tras la portentosa demostración, fue momento de salir de su cubículo y arengar a una audiencia que aún no respondía a la altura de las circunstancias.
“Someone Saved My Life Tonight” se desarrolló con coros a lo Beach Boys y percusiones contundentes procedentes de la tercera planta. “Candle In The Wind” fue la primera incursión en sus “canciones tristes”. John desplegó esta balada a solas, esta vez con correspondencias visuales con Marilyn Monroe y sin rastro de su querida Lady Di, mientras la estructura sobre la que se situaba el piano se deslizaba alrededor del escenario como si fuera un disco de aero-yóquey. Luego volvió al álbum “Goodbye Yellow Brick Road” con un “Funeral For A Friend/Love Lies Bleeding” electrizante que evidenció la deuda de la banda Fire Inc. en la gestación de “Nowhere Fast”. Después, bajó hacia los ambientes intensos del rock primigenio y el blues incendiario con “Burn Down The Mission”, antes de alertar de un viraje en el mood de la velada con la llegada de “Sad Songs (Say So Much)”.
Tras la pertinente introducción de los miembros de la banda, volvió a tocar la fibra más sensible con “Don’t Let The Sun Go Down On Me” acompañada con imágenes de “Rocketman”, el biopic que Dexter Fletcher dirigió sobre su figura en 2019. Modificó la inercia de solemnidad y los aires melancólicos con “The Bitch Is Back” y la animada “I’m Still Standing”, antes de encadenar otros dos hits que levantaron al público de sus asientos para entregarse al movimiento pélvico. “Crocodile Rock” y “Saturday Night’s Alright For Fighting” desembocaron en una fiesta comunal alrededor de ese legado pop de impacto millonario y pegamento colectivo. Elton John, con el turbo puesto, encantado y generoso, desenvolviéndose a la altura del especial compromiso, se despidió en falso con un intenso solo de piano en que pareció reencarnarse por momentos en Jerry Lee Lewis.
Tras la pausa del bis regresó en solitario a escena con cambio de armario y un “Cold Heart” que desplegó en su versión remix, sin músicos, pregrabado, con Dua Lipa en pantalla dando la réplica femenina a su interpretación vocal. Una performance discomóvil que entumeció la óptima inercia cosechada antes del bis. Se corrigió el desvío con dos de sus temas imperecederos. “Your Song” y “Goodbye Yellow Brick Road” sellaron un setlist de circuito cerrado, sin espacio para la improvisación ni cambios de última hora, pero de signo celebratorio y satisfactorio para los glotones del catálogo del británico. Antes de verlo alejarse por una rampa levadiza, salir por una puerta y pasar a engrosar el edén amarillo de la mitología rockera, tuvo emotivas palabras de agradecimiento para el público barcelonés y para la ciudad que lo ha acogido hasta en diez ocasiones. Fue una cita con la historia, una oportunidad para presentar respetos a uno de los apóstoles de la música popular.
Crónica por Marc Muñoz || Fotografía de Enric Fontcuberta (EFE)
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