The National: crónica de su concierto en Madrid
Santos de devocionario
Con el graderío aún desierto, acompañado por apenas dos centenares de personas acantonadas en el amplio pit preferente, flanqueado por un eficiente cuarteto mixto y a lomos de una “Mustang” amenazante. Así empezó Bartees Strange su pase preliminar, articulando un fibroso discurso rock que en números como “Flagey God” –con él brillando en el toasting– se interesa más por el trance que por la contundencia huera y en los pasajes acústicos –“Waiting For You”– también toca fibra, pese al insidioso acople que, adherido a una de las líneas, torpedeó el pleno disfrute de estas facetas. Pero es en canciones a tope de feedback –como “Heavy Heart”, adornada por la breve sección de viento que acompañará después a las estrellas de la velada– donde realmente luce el ADN soul de un intérprete versátil que en “Boomer” puso a hervir su dote vocal, antes de despedir los cuarenta minutos de rigor vía “Seventeen”.
Mientras el personal iba llegando –la configuración para 10.000 espectadores no terminó de llenarse– escuchamos banda sonora muy ad hoc –de Joy Division a Dry Cleaning, pasando por Neu! o Beach House– y fuimos testigo de algún emotivo reencuentro en la frontera entre las dos zonas en que se dividió la pista. Desde la tribuna se atisba pelambre, pero también bastante cartón: por aquí ya tenemos cierta edad. Cuando los técnicos de monitores empezaron su breve ritual en círculo de puños chocando, frases compartidas y miradas cómplices –con quince minutos de retraso sobre la hora anunciada– supimos que había llegado el momento. Intro de Pomme –“Je ne sais pas danser”– y The National toma el escenario en plan suave, con Matt Berninger acariciando las estrofas de “Once Upon A Poolside” y acompañado al piano por Aaron Dessner. El quinteto radicado en Nueva York –más Ben Lanz y Kyle Resnick al trombón y trompeta, respectivamente– inicia un primer crescendo en “Eucalyptus” y sube los BPMs con una “Tropic Morning News” que quita la escarcha al respetable, todavía aterido por la inexplicable política de climatización del evento. “Squalor Victoria” es la que aniquila composturas, desata la primera ovación verdaderamente grande y pone el concierto sobre los raíles de un triunfo que, a la altura de “Bloodbuzz Ohio” –con Berninger haciendo de Stuart Staples casi mejor que el mismísimo Staples– ya se intuye inapelable.
Hacía diez años que The National no desembarcaba en Madrid a solas con su show, festivales aparte, y el grupo pareció hacerse cargo de lo especial del asunto, conjugando hitos todavía cercanos en el tiempo como “The System Only Dreams In Total Darkness” –que introdujeron en modo Bo Diddley– y temas ya añejos como la brutísima “Abel”, una “Apartment Story” que el fandom paladeó con extra de entusiasmo e incluso “Slipping Husband”, canción de “Sad Songs For Dirty Lovers” (2003) que hacía siglos que no tocaban en directo. Los años de brega les han permitido crecer como intérpretes y, aunque es Berninger quien más se hace notar bajo los focos, el doble equipo fraterno formado por los Dessner a las guitarras y por los Devendorf a la base rítmica –con el bajista Scott en modo Malcolm Young, aglutinando todo desde la segunda línea con sus cuatro cuerdas– logra cuajar un sonido siempre orgánico: matizado, abrasivo cuando es menester, cromático pese a que el arco expresivo de la banda nunca haya destacado por su amplitud. ¿Un ejemplo? “Alien”, con esa capa de electricidad estática que, al multiplicarse el compás, estalla en una erupción voltaica. O la letanía eléctrica de “Smoke Detector”. O la inmediatez de la novísima “Deep End (Paul’s In Pieces)”.
El cancionero esgrimido por The National resulta inapelable. Y da mucho de sí. Tanto como para que el tramo final del concierto suelte a Berninger definitivamente. En “Day I Die” baja al foso para darse un primer baño de primera fila, al fin y al cabo ya se lo ha ganado a estas alturas. La calentura crece con “Pink Rabbits”, “England”, “Graceless” y su inmisericorde acelerón, una “Fake Empire” simbólica a más no poder –los Dessner la culminan golpeando mil veces el cordaje de sus guitarras, que apuntan al cielo mientras los metales se enroscan a ese fluir de amperios– más la dolida “About Today”, que avanza con paso lastimero pero confirmando todo lo que ya suponíamos: aquí hay dominio de la intensidad, del espacio, del tiempo y del silencio.
Como era de esperar, tuvimos bis, esto no iba a quedarse así. Reanudaron de tranqui a través de “Light Years” y con Bryce Dessner luciéndose con el e-bow. Pero aquello fue mero espejismo, calma antes de la tempestad que Berninger –todavía con la americana abrochada– empezó a desatar en “Mr. November”, caminando desde el escenario hasta la mitad de la pista entre los fieles, regresando a la tarima para cantar “Terrible Love” y volviendo a jugar con su pequeño Hamelín en “Space Invader”. Mu loco to. Y antes de la bajada de telón, casi dos horas y media después de haberlo subido, encendieron el fuego de campamento y nos pusieron a cantar “Vanderlyle Crybaby Geeks” con acústicas y sin fluido eléctrico, con el carismático frontman en plan Barenboim, dirigiendo a placer su recién estrenado coro madriles. Sensacional.
Crónica por César Luquero || Foto: Alfredo Arias
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