Bob Dylan, de cero a héroe en “A Complete Unknown”
Tras atreverse con Johnny Cash, James Mangold se pone la difícil misión de retratar la electrificación de Bob Dylan en su nueva película, protagonizada por Timothée Chalamet
Bob Dylan es un personaje casi mitológico, en mucha medida porque él lo ha decidido así, jugando siempre a la verdad a medias y a la mentira velada, rechazando su propia exposición y relevancia y ficcionando constantemente con su vida y su legado. Sus múltiples apariciones en la gran pantalla, ya sea como trasunto de la historia, protagonista en primera persona o invitado de lujo, apenas encuentran un término medio: o son documentales profusos que asientan un canon vital y artístico que, de nuevo, se mueve entre la cruda realidad y la leyenda artúrica, o son salidas oníricas y alucinadas que poco o nada tienen que ver con los hechos, aunque en cierto modo les sirvan como espejos distorsionados. La aproximación de James Mangold al mito de Dylan viene de algún modo a romper esta tendencia: “A Complete Unknown” es una película muy correcta, clásica en forma y estructura, concreta y verosímil en su enfoque.
Tomando como punto de partida el libro “Dylan Goes Electric!” de Elijah Wald, el realizador –que ya se encargó de llevar a la gran pantalla el auge y caída de Johnny Cash en “En la cuerda floja”– se enfrenta no solo a la difícil tarea de recrear el que es uno de los momentos más importantes y trascendentales ya no de la carrera de Dylan, sino de la cultura popular contemporánea, su rendición definitiva a la electrificación en el festival folk de Newport en el verano de 1965; también la propia transición, para muchos dolorosa, del cantautor de Duluth, nacido Robert Allen Zimmermann en 1941, de vocal de la colectividad a profeta solo de sí mismo. Son esas dos ideas las que sirven como fundamento a la película, junto a la colosal actuación de Timothée Chalamet como un Bob Dylan con todas las de ley que interpreta a guitarra, armónica y voz y en riguroso directo las 24 canciones que componen la exquisita banda sonora, repaso a su vez de la etapa quizá más brillante del cantautor, recorriendo el espectro que va desde “The Freewheelin’ Bob Dylan” (1963) hasta “Highway 61 Revisited” (1965).
La música, por tanto, adquiere un papel absolutamente central, y enmarca incluso la cinta, que arranca en 1961 con la llegada de Dylan a Nueva York para visitar a su ídolo, Woody Guthrie, mientras padece Huntington ingresado en un hospital psiquiátrico, y enseñarle la canción que le ha compuesto –“Song to Woody”–, y termina con el mencionado concierto a ritmo de sacrilegios eléctricos como “Maggie’s Farm” o “Like a Rolling Stone”. Y le sirve a Mangold para expresar la implicación de Dylan y de los que le rodean con cada momento concreto de la historia. Las drogas, los excesos, las cuitas y las traiciones realmente se quedan en segundo plano, pero aparecen en forma de sutiles guiños, pequeños comentarios o implícitos, encajando con el espíritu consensual que ha perseguido el director. “A Complete Unknown” es canónicamente Dylan, e incluso dedica un minuto a retratar, por ejemplo, lo que hoy todos consideramos una leyenda urbana: el momento en el que Al Kooper entra al estudio durante la grabación de “Highway 61 Revisited” para agarrar la guitarra y, al ver que solo queda libre el Hammond, se sienta y hace sin mediar palabra historia de la música. Y no se mete demasiado en los jardines políticos que Dylan siempre evitó para centrarlo todo en una discusión sobre tradición y modernidad bajo la que subyace el clásico debate comercial-underground: en plena electrificación y en el que es su feudo, el gran folclorista Alan Lomax exclama que “¡Esa mierda comercial no necesita promoción!”, mientras Seeger se debate entre cortar el sonido por respeto a unos ideales o aceptar que, pese a todo, the times they were a-changin’.
Es ese tipo de épica, realmente, lo que conduce siempre hacia delante la cinta. Y lo que hace además que sea una película coral, aunque el ego de Dylan vaya arrollándolo todo, poco a poco, hasta el clímax final, según Chalamet despliega matiz tras matiz en este descenso a los dulces infiernos del ego y del artista maldito. Cómo le aceptan en el circuito del Village, cómo Pete Seeger le da la mano y le apoya en su vertiginoso ascenso a la popularidad, trascendiendo el circuito folk para acercarse peligrosamente al gran público y a las nuevas modas británicas. Cómo Suze Rotolo –Sylvie Russo en “A Complete Unknown” por petición del propio Dylan, que por cierto ha dado sus bendiciones al film– le va introduciendo también en la ideología beatnik y en la concienciación política, y cómo a través de la canción protesta y gracias a su enorme talento como letrista –años después Dylan será el primer y hasta ahora único músico en ganar el Premio Nobel de Literatura– surge su amor furtivo con Joan Baez. Es a través de todos ellos cómo Mangold logra retratar la traición, al mismo tiempo que defiende la posición de Dylan como genio adelantado que quiso quitar rápido, de un plumazo, la política de su compleja ecuación.
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