Funk brasileño: ¿qué es y de dónde surge este fenómeno global?
Analizamos la música urbana más prolífica de Brasil
Nunca es tarde para una revitalización internacional del funk brasileño, que cada ciertos años regresa a la palestra empujado por nuevas generaciones de revolucionarios de un sonido rítmico, sexual, estimulante y electrónico. En plena tercera gran ola y por primera vez con todas las escenas viviendo simultáneamente un pico creativo, analizamos el pasado y el presente de la música urbana que desde finales de los años ochenta domina en Brasil.
Orígenes del baile funk
El funk brasileño parte, como casi todas las músicas electrónicas, de una evolución tecnológica y social que sucede en el epicentro del soul, del funk y posteriormente del disco, y en paralelo a grandes movimientos diaspóricos en la intersección entre la herencia africana –a través de fórmulas religiosas de herencia Yoruba, entre otras– y la influencia estadounidense filtrada desde Miami y subgéneros de hip hop populares allí entonces como el electro y el freestyle. Es ese caldo de cultivo el que incendia los primeros bailes funk, espacios efímeros o discotecas que, desde el corazón pobre de unas favelas sobreurbanizadas en la Río de Janeiro de mediados de los años ochenta, sentaron las bases de lo que en los siguientes años será la música urbana y de club en Brasil, buscando una identidad cada vez más propia, utilizando el portugués para expresarse y haciendo referencia a realidades puramente locales.
Sobre esas bases, DJ Marlboro, junto a otros pioneros como Ademir Lemos, configuró durante los primeros noventas lo que iba a ser el funk carioca: ritmo, monotonía, sexualidad. Pero su relación intrínseca con la favela y su contenido explícito, además de un relativo estancamiento tras diez años de evolución, llevaron al género a pasar por un período de oscurecimiento que desembocó en la vertiente más real, hardcore y gangsta del funk proibidão –el “Rap das Armas” de MC Junior e MC Leonardo, por ejemplo, o el debut homónimo de Mc. Catra–.
En oposición, una vertiente más blanca, maleable y con posibilidades –después sobradamente probadas– en el mercado internacional comenzaría a arrasar en las listas de éxitos de Brasil, el tamborzão, que incorpora a la receta funk percusiones más orgánicas, ritmos tradicionales latinos y licencias para salirse a la samba o para rebajar la pornografía. Bonde do Tigrão, Gaiola das Popozudas, MC Andinho, Tati Quebra Barraco o Deize Tigrona marcaron esta etapa fundamental que tuvo eco en Europa gracias al dúo Tetine –de Slum Dunk– o al periodista y dj berlinés Daniel Haaksman, que realizó una de las compilaciones que más llegaron a EEUU, “Favela Booty Beats”. Diplo, por su parte, publicó el EP “Favela on Blast” y dejó varios ejemplo de baile funk en los primeros pasos de M.I.A., incluido el single “Bucky Done Gun”, construido precisamente sobre un tema de Deize Tigrona producido por DJ Marlboro, “Injecão”.
Notar que es durante estos años cuando se empieza a utilizar la terminología “favela funk”, un concepto puramente blanco que decide incidir en ese desolador trasfondo social del género, y que se ha ido dejando de utilizar con los años por su connotación paternalista.
La complejidad geográfica y estilística del funk brasileño
Con el cambio de paradigma en las músicas derivadas del rap asociado a la irrupción de las redes sociales, el trap, los nuevos medios de producción y la apertura estilística de sus relaciones con el pop y otros géneros, el foco del funk brasileño se trasladó hacia finales de los años 2000 hacia São Paulo, la ciudad más poblada de Brasil, en un momento de relativa bonanza económica que desvinculó definitivamente el funk de la favela, al menos en parte. Es lo que se empezó a conocer como funk paulista o funk ostentação, un movimiento que en cierta medida también contribuyó en parte e indirectamente a revitalizar el proibidão y que para 2016 ya estaba arrasando durante los fastos de los Juegos Olímpicos, desplazando por primera vez a Río de la cabeza de la producción funk. Fue “Baile de Favela”, de hecho, del joven paulista MC João, uno de los himnos de cabecera del país entonces, pero el paulatino blanqueamiento al que el género se fue sometiendo voluntariamente en pos de una mayor visibilidad internacional –y buscando sortear además la censura y la represión que los bailes funk sufrían en Río– hizo que se fuera estancando poco a poco y convirtiéndose en una de las vías más convencionales para hacer pop rap, pese al trabajo siempre avanzado de algunos raperos como MC Bin Laden, MC Guimê o Felipe Boladão, que se convirtió en un símbolo durante las primeras guerras urbanas de la ciudad a principios de los 2010 tras ser asesinado con apenas 20 años.
Fue, en cualquier caso, un momento brillante para la aparición de nuevos colectivos centrados en las escenas LGTBIQ+, como Mamba Negra –con artistas en órbita como Cashu o Badsista–, y para la consolidación de una nueva generación de MCs femeninas –MC Dricka, Tasha e Tracie, MC Rita…– e incluso estrellas procedentes de las escenas drag y trans, como Pabllo Vittar o Linn da Quebrada, que exponen la realidad contradictoria que viven las personas de estos colectivos en un país que tiene imagen de tolerante, pero que esconde también inseguridad, persecución, violencia y asesinatos.
En paralelo, en las regiones nordeste y en ciudades como Belem o Recife, y partiendo del tecnobrega –actualización electrónica de la brega, el calipso y otros géneros tradicionales románticos y melódicos desarrollado desde principios de los 2000–, la adopción del funk brasileño terminó desembocando en el brega funk, un verdadero blueprint para una neofolclórica como Pabllo Vittar, por ejemplo, que es capaz de llevarse a su terreno incluso a Andy y Lucas. El eco del brega funk llegó al sur en forma de arrocha funk, con una mayor prominencia del beat estándar de reguetón. Y el desarrollo del interior, en relación con la revitalización de los folclores al que hemos asistido en los últimos años, ha provocado también la aparición del piseiro, un género puramente regionalista que toma el clásico forró y lo pone en conversación con la música electrónica.
Relevo generacional: las nuevas olas del funk brasileño
A lo largo de los años, la mayor variedad de ritmos de música electrónica filtrados hasta el corazón del funk brasileño –que ha provocado además que se ponga el foco más en los djs que en los mcs–, junto a cambios sociales que también se relacionan con una mayor deslocalización, ha permitido no solo que surjan escenas paralelas en lugares más marginales, también que las escenas de Río y São Paulo sigan mostrando signos de una evolución estimulante.
En el caso de Río de Janeiro, los ritmos más vertiginosos traídos de la bass music que comenzaron a resonar en la región de Baixada Fluminense en una adaptación conocida como beat bolha terminaron dando origen a la corriente actual, que está viviendo gracias a la aparición viral de personajes como DJ Ramon Sucesso una verdadera revitalización del funk carioca: el funk 150 bpm.
Y en São Paulo la decadencia del funk ostentação coincidió con el ascenso de una ola más minimalista, tropical, melódica y orientada de origen al pop, el funk mandelão, que parece especialmente diseñado para TikTok por sus versiones “light”. Su versatilidad, sin embargo, y una colisión con el drill y otras músicas electrónicas del corpus rave, han provocado que se fragmente en varias y exitosas escenas, del beat bruxaria –más turbio, distorsionado, ecléctico, agresivo e incluso tenebroso, originado en bailes funk de ciudades pequeñas como Heliópolis o Paraisópolis y con representantes de bastante éxito reciente como DJ Arana, DJ K o d.silvestre– al phonk brasileño, que mezcla esa intensidad wonky y el synthfunk futurista con los rasgos del funk y del bruxaria.
Además, en los últimos años también ha surgido la vía más minimalista y ambient, realista, comprometida y conscientemente alejada de los tópicos de violencia, ostentación y sexualidad asociados históricamente al funk brasileño, de Belo Horizonte, el conocido como funk mineiro, con DJ Anderson do Paraíso como principal abanderado. También el beat fino de Espírito Santo, pitcheado hasta el delirio y con mucho menos protagonismo del bass; el mega funk de las regiones del sur –maximalista y extremo, en contacto con el slap house y replicado por productores como Bizarrap–, y el tecnofunk de Pará, que utiliza la paleta musical del tecnobrega pero la conecta con los orígenes más hardcore y explícitos de los primeros años del baile funk.
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