Rap español contemporáneo vol.3
Un repaso del género musical: llorando en la limo, secando las lágrimas con billetes
La tercera entrega de este informe aborda lo acontecido durante un lustro apasionante. Entre 2015 y 2020, asistimos al florecimiento del futuro star system del pop español, en el que encontramos figuras que provenían del subterráneo urbano. En paralelo, raperos de nuevo cuño empiezan a afianzar sus posiciones para un asalto que todavía tardará en producirse y que supondrá un paulatino retorno formal al canon del género.
Seguramente la segunda mitad de la década de 2010 no fuese tan frenética y vibrante como la primera, tal y como hemos atestiguado en las anteriores entregas de este informe. Pero fueron años determinantes para entender el cambio de paradigma hasta llegar al modelo actual, que se podría dividir en dos grandes hitos. Por un lado, algunos artistas vieron su oportunidad para convertirse en estrellas, reinventando lo que en España entendemos por popstar, y en ellos –y en lo que significaron– nos detenemos en este capítulo. Por otro, el cristal del trap se hizo añicos y extendió esquirlas envenenadas de las que florecerían infinidad de géneros y fusiones, generando un sandbox de diversidad nunca antes vista que trataremos en la siguiente entrega. Un lustro, en definitiva, en el que menos fue más, pero que mucho más. Comencemos con lo primero.
AGZ es para siempre, pero, ¿hasta cuándo es para siempre?
La del colectivo Agorazein –también conocido por el acrónimo AGZ– es una historia peculiar, llena de matices. Con fases que van desde su establecimiento como ídolos del underground madrileño más castizo gracias a referencias como “Kind Of Red” (Agorazein, 2011) –con el paso de Crema a C. Tangana como debacle y crisis para toda una generación de portadores de The North Face capitalinos– hasta tanteos con el público más indie en busca de establecer una carrera sólida a nivel industrial, 2015 fue definitivo para el futuro de la agrupación y sus miembros. Ese año C. Tangana volvía de una suerte de paréntesis con un plan estudiado para alcanzar lo que se les escapó en el pasado: vivir de la música holgadamente y, por el camino, convertirse en superestrellas. Y eso llegaría, en primer lugar, gracias al propio Pucho –odio llamar a los artistas por sus motes, pero aquí haré una excepción en pos de la coherencia gramatical y el estilo– y su mixtape “10/15” (Agorazein, 2015), que contaba con una serie de remakes de beats de Drake en la que sería, quizá, la mejor estrategia de marketing de guerrilla en redes sociales hasta la época. Gracias al sonido de temas como “C.H.I.T.O.”, a la mención a Carlotta Cosials –cantante y guitarrista de Hinds– o a la polémica alrededor de Los Chikos del Maíz, Pablo Iglesias mediante, Agorazein volvía a estar en el mapa. Y de ahí no se iba a bajar.
A partir de aquí, tenemos el lanzamiento de “Siempre” (Agorazein, 2016), un disco que, visto desde la nostalgia del presente y el devenir de la agrupación, podemos calificar como referencia histórica. Y después, el desdoblamiento. C. Tangana desarrollando una carrera cada vez más enfocada en la música popular, pasando por títulos como “Ídolo” (Sony, 2017). Y Sticky M.A. avanzando en una línea más ligada a lo que acabaría desembocando en la corriente plugg, hyperpop y derivados actuales, con referencias como “Las pegajosas aventuras de Sticky M.A.” (Agorazein, 2018) y “5ta Dimensión” (Agorazein, 2019). Este último volumen ahonda todavía más en ese nuevo camino, con presencia del virtuoso Steve Lean en las producciones. A eso hay que sumarle otras marcianadas derivadas del colectivo, como puede ser el originalísimo grupo ANTIFAN, capitaneado por I-Ace y Jerva. Aunque la puerta dibujada por “Siempre” no terminó de ser lo que podía parecer: las ventanas que se abrieron gracias a AGZ tienen incidencia directa en el hoy y no se puede borrar su capital aportación, transgeneracional y multiestética, al hip hop patrio y al universo musical español en general.
El rey soy yo: la rueda de prensa de Primavera Sound y el nuevo estatus de los artistas
La rueda de prensa de presentación de Primavera Sound en 2018 se preveía icónica. Pero seguramente no en el sentido en que luego lo fue. Con la presencia de tres nombres que ya tenían vitola de estrellas –Bad Gyal, C.Tangana y Yung Beef–, fue una discusión hiperhormonada entre estos dos últimos la que generó uno de esos momentos definitorios a nivel generacional. El de Madrid y el de Granada acabaron monopolizando el evento de presentación del festival con un interesante debate sobre el paradigma discográfico alrededor de la música rap: el feudocapitalismo digital defendido por C. Tangana versus la aparente independencia industrial de Yung Beef y su sello, La Vendición. Lo que vino después fueron acciones brillantes de marketing, algunos temas de regalo y una reflexión mucho mayor: el hip hop ya no era una cosa de andar por casa en España.
Además de ser –los tres, también Bad Gyal, a la que en ocasiones se olvida injustamente al recordar ese momento– los grandes protagonistas de este evento del festival musical más importante en España y de los más relevantes a nivel global, lo que sucedía en esos años era algo aún mayor: los chavales y las chavalas que hacían rap ya no eran eso, chavales, sino superestrellas. Cada uno en su registro y cómodos en sus palos, a lo largo de estos años empiezan a desarrollarse trayectorias desde el underground hacia el mainstream, con nombres que hoy en día amasan millones de reproducciones y sólidas (y pingües) carreras.
Podemos citar ejemplos como Kidd Keo. Entre finales de 2015 y 2016 comienza a ofrecer singles en YouTube que atraen la atención de propios y extraños, como “RELAX” u “Okay”, en los que defiende una fórmula sencilla pero a la vez no tan común en España: llevar el trap más puro a una declinación spanglish bien ejecutada –pasó la infancia en Canadá, según él mismo afirma– y con una combinación de espíritu callejero y chulería que sin embargo resuena fácilmente en quien ha llevado una vida de clase media. Su propuesta caló especialmente bien entre la generación más joven en aquel momento. Desde 2017 podemos empezar a citar la influencia de otra responsable de la explosión de este género, Nathy Peluso, publicando singles con la inestimable presencia de ODDLIQUOR –capital para entender también la modernidad sonora del rap en España– en terrenos de avant-garde como “Oreen Ishi”. Peluso iría evolucionando hasta territorios más comerciales y latinos, con cortes como “La sandunguera”, incluido en el EP del mismo nombre lanzado en 2018, que le abriría la puerta del circuito de festivales grandes y su posterior llegada a la música pop, donde está instalada en la actualidad.
En lo relativo al rap más clásico, debemos mencionar también aquí el papel de nombres como Natos y Waor o Rels B. Los primeros son herederos del espíritu musical de la Sierra de Madrid y la escena del freestyle, desde donde fueron creciendo paulatinamente hasta convertirse en una marca independiente que es capaz de llenar estadios y protagonizar su propia película documental. El segundo proviene de la tradición del bedroom producer, cuando firmaba sus beats como Rels Beats para nombres que trataremos más adelante como Ébano, etapa tras la cual saltó al lado del micrófono. Seguramente el punto diferencial fue su “Boys Don’t Cry” (ILoveRibs!, 2016). Y gracias a la canción protoviral de adelanto “Made In Taiwan”, Rels B logró establecerse en ese nuevo estrellato de artistas y dar un paso más en su carrera. También cabe citar la irrupción de Recycled J en dicho panorama, tras una carrera de años bajo el alias Cool, después de hacerse viral por una táctica de marketing para la promoción de su disco “Oro rosa” (Ø Music, 2017), abriendo el espacio para nuevas sensibilidades y sonidos que, de nuevo, se entrelazan con el rap debido a su relación con Natos y Waor bajo la fórmula Hijos de la Ruina.
Cerrando el círculo, es imprescindible volver a C. Tangana y también a Alizzz, que en esos años llevó el eterno debate de “me gustaba más cuando era Crema” a un nuevo nivel, para todavía más rabia de los mochileros y puristas del boom bap, al iniciar su viraje hacia el megaestrellato con una carrera diseñada en línea exponencial y ascendente hasta llegar a lo que fue “El Madrileño” (Sony, 2021). Por el camino dejó temas como “Llorando en la limo”, que engloba todo lo que hace diferente a C. Tangana: espíritu rap, respeto por leyendas como Chinorro o Chirie Vegas y capacidad para generar temas universales. También hay que destacar las hipercomerciales “Booty” o “Bien duro”, los transoceánicos experimentos ligados a ritmos caribeños como el dembow de “Traicionero”, junto a Cromo X, o el icónico y atemporal “Antes de morirme”, junto a Rosalía, que es historia del pop español: no sería descabellado pensar que fue el single que lo inició todo.
De las Islas Canarias a Madrid
Las Islas Canarias siempre han sido una rara avis dentro del panorama musical español, y especialmente en todo lo que tiene que ver con el rap. Una escena vibrante, muy influenciada por el reguetón y otros sonidos por sus lazos de inmigración-emigración con Latinoamérica, con una profunda cultura musical norteamericana seguramente impulsada por su industria turística, amén de otros motivos. Allí existe una vasta nómina de artistas que no siempre trascienden hasta la península y, aunque lo hagan, son injustamente borrados de la memoria colectiva.
A mediados del lustro que nos ocupa en este episodio, llegó un colectivo para acabar con eso. Hablamos de BNMP o Broke Niños Make Pesos. Herederos de los Toska Runners, y formado por nombres como Cruz Cafuné, Ellegas, Choclock e Indigo Jams, en 2017 lanzaron dos referencias. Un larga duración anclado en la tradición de la mixtape, “Pa’l coche” (BNMP, 2017), que incluía palos como el viral “Mi casa” o baladas muy smooth como “Loba”. Y el EP “El Dorado” (Finesse, 2017) junto al colectivo Finesse (en el que encontramos nombres como Jesse Baez), más cercano al R&B y que contaba con cortes como “Rihanna”. A partir de ahí, una trayectoria ascendente a ambos lados del charco, que tiene en la primera referencia larga de Cruz Cafuné el momento diferencial. En 2019 “Cruzzi” protagonizaba junto a Don Patricio otro tema viral que lo situaba todavía más arriba en el mainstream, “Contando lunares”. Y hay que mencionar también la incalculable impronta de otro colectivo canario, Locoplaya. Especialmente la aportación creativa de un artista como Bejo, capital para entender el ensanchamiento estético y sonoro del hip hop en esos años (y posteriores) y que quizá no ha sido siempre lo valorado que se merece por el carácter aparentemente ligero y naíf de su música, restando valor a la profundidad de su creación y a sus datos para rapear; sirva como prueba esta canción con C. Terrible.
Dicho esto, volvamos a Cruz Cafuné y su primer álbum. Hablamos de “Maracucho bueno muere chiquito” (MÉCÈN, 2018). Un álbum conceptual y narrativo, inspirado en la fórmula empleada por el “Good Kid m.A.A.d. City” (2012), de Kendrick Lamar, en el que se cuenta una historia –aderezada con skits de conversaciones y llamadas telefónicas– mitad de amor, mitad narración oral de una vida común en las Islas en la que la coyuntura económica obliga a la delincuencia menor. Todo ello en un envoltorio que incluye canciones para el club, canciones muy raperas y canciones intimistas. Uno de los álbumes más redondos y profundos del rap en español, que le dio una nueva madurez al género y permitió a Cafuné continuar la carrera hasta ser hoy una de las voces más destacadas y propias de la escena.
En este disco juega un papel importante Dano –del que ya hablamos en la segunda entrega de esta serie– en una especie de figura de productor ejecutivo. Pero no es esta la razón por la que lo mencionamos ahora. Ya cerrando la década, publicó un trabajo que sacudió los cimientos del rap español. Hablamos de “Istmo” (Ziøntifik-MÉCÈN Ent., 2019), un disco que apuntaló la vuelta del rap más clásico, pero actualizado a los códigos y gustos del público mayoritario ya por aquel entonces, y acompañado de un mayor contexto artístico, bien a través de la conceptualización creativa –por ejemplo la portada o sus títulos– o del documental que acompañó al disco, dirigido por Gonzalo Hergueta.
También en esos años hubo álbumes imprescindibles para entender el punto actual, no tanto a nivel comercial, pero sí conceptualmente. Hablamos de ejemplos como “Causas perdidas” (Ziøntifik, 2017), de Nethone, posiblemente el MC que mejor uso haya dado al recurso del storytelling en este país. O de “Banzai” (Autoeditado, 2017), de Gata Cattana (1991-2017), una obra ya atemporal en su lanzamiento y aún más eterna tras el fallecimiento de la artista cordobesa. También trabajos como “Un perro andaluz” (Space Hammu, 2019), de los malagueños Delaossa y J. Moods. O la vuelta a la escena de Israel B y su trabajo junto al dúo de productores LOWLIGHT, concretado en EPs como “Hielo” (Lowlight, 2018). O “Presidente” (DNC, 2020), de Foyone.
Mientras el trap se desdibujaba y escupía una heterogeneidad estilística sin precedentes en la escena urbana, cuestión que abordaremos en la siguiente entrega, el rap seguía aprendiendo de la diversidad y confirmando una marcha imparable hacia su nueva edad dorada.
Escrito por Al Sobrino
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