El grupo Blackpink

Guía básica sobre el k-pop (y sus k-poppers)

Quienes son, de dónde vienen y a dónde van

En 2012, PSY lanzaba “Gangnam Style”, convirtiéndose así en un fenómeno mundial debido, en parte, al extraño baile que aparecía en su videoclip. Tuvo que pasar, aproximadamente, un lustro, para que otros nombres de la escena surcoreana se convirtiesen en fenómenos internacionales: Lady Gaga invitó a colaborar a Blackpink en su canción “Sour Candy” en el año 2020, y en el disco del cuarteto publicado ese mismo año aparecían nombres como Selena Gomez o Cardi B. Por otra parte, el 22 de noviembre de 2021, BTS se convirtió en el centro de atención durante la gala de los American Music Award, recibiendo tres galardones esa misma noche cuando tan solo uno de sus miembros se desenvolvía en idioma inglés. Tras ello, actuaron cuatro noches seguidas en Los Ángeles, atrayendo a casi un millón de espectadores. La hegemonía cultural de Occidente parecía resquebrajarse a comienzos de la década, dejando paso a manifestaciones tradicionalmente consideradas periféricas.

En resumidas cuentas, Corea del Sur está de moda. En los últimos años, el mercado surcoreano se ha expandido internacionalmente hasta convertirse, hoy en día, en una potencia mundial. Los cosméticos, los dramas y la industria del entretenimiento que el país exporta se sustentan a través de un pilar fundamental: el k-pop, género musical que lo peta mundialmente. A todo en su conjunto se le ha denominado “hallyu”, término traducido como “ola coreana”, a la que pertenecerían todas las industrias que trascienden las fronteras del país. Actualmente, se ha convertido en el séptimo productor de contenidos del mundo.

Aunque el k-pop ha triunfado en el extranjero a lo largo de la segunda década del siglo XXI, sus orígenes se sitúan en torno a 1990, cuando llegaron a Corea del Sur los videoclips de las bandas norteamericanas de la época: los Backstreet Boys o las Spice Girls, entre otros, pero también toda la corriente de hip-hop estadounidense. Ésta, además, será la época en la que nazcan las principales discográficas del país: SM Entertainment, JYP Entertainment y YG Entertainment. En 1990, Estados Unidos y su industria del entretenimiento eran un modelo a seguir para el país asiático, en el que la influencia occidental había comenzado a calar tras la Segunda Guerra Mundial. Previamente, Japón había invadido el Estado trayendo consigo una dura represión, en la cual obligaron a los coreanos a desprenderse de su alfabeto, su idioma y sus tradiciones. Con la victoria de los Aliados en 1945 y la derrota del país del sol naciente, Rusia y Estados Unidos se repartieron el país: la parte norte fue para los primeros, y el sur se lo quedaron los segundos. La influencia cultural de ambas naciones es evidente a día de hoy.

Así, el k-pop como género surgió a la par que su industria, fuertemente orientada, desde sus comienzos, hacia el mainstream. De hecho, sus características como género musical son inseparables del funcionamiento de su mercado, no existiendo (de momento) el uno sin el otro. Por ello, el prototipo de banda de k-pop suele cumplir unos requisitos similares a las boybands noventeras: los integrantes de la formación sólo cantan (es decir, no interpretan ningún instrumento) para realzar también sus habilidades como bailarines. Normalmente, también se reparten el papel a desempeñar en la banda: suele haber, al menos, una personalidad más melódica (y con un registro vocal más amplio), una voz más cercana al recitado y/o rap, o alguien cuyas habilidades de danza sobresalen por encima del resto. A éstas van ligadas además, otros rasgos de personalidad. En cuanto a la música, ésta suele ser una mezcla entre urban, dance-pop, baladas, techno, hip-hop y R&B. El tamaño de las formaciones suele rondar los cuatro o cinco miembros, pero pueden llegar a alcanzar los doce o, incluso, veintitrés miembros, divididos en subunidades fijas y rotacionales. Por último, las canciones alternan entre el coreano y el inglés (el segundo, en mayor medida tras la internacionalización del género).


Por supuesto, y tal y como sucede en toda gran industria, los roles a desempeñar están muy diferenciados: aunque los idols son la cara visible del k-pop, no son ellos ni los compositores ni los productores de sus canciones, sino que se rodean de un equipo, en mayor medida, anónimo. El proceso de selección, tanto de los intérpretes como del resto de integrantes que conforman la pirámide, se realiza a través de la búsqueda y captación de talento global o, dicho de otro modo, castings abiertos que las discográficas realizan alrededor del mundo. Por ejemplo, Rosé o Lisa, ambas integrantes de Blackpink, se presentaron a estos castings en Nueva Zelanda y Tailandia, respectivamente. Cuando preseleccionan a alguien (que suele rondar en torno a los 14 o 15 años en el momento de la audición) se traslada a Corea del Sur, donde ingresará en una academia para continuar con las siguientes fases del proceso: algo parecido a Operación Triunfo, solo que sin ser televisado. Una vez allí, tienen clases de baile, música, idiomas o protocolo, a la vez que prueban diferentes agrupaciones entre los jóvenes: la forma de organizarse y el rol que ocupa cada uno de los miembros puede ser determinante en que aquello, más adelante, se convierta en una banda que vea la luz y la discográfica empiece a explotar.

La pregunta fundamental es, por tanto, cómo ha regresado a Europa un género que ya había pasado de moda hace veinte años: parece que Corea del Sur se hubiese apropiado de una tendencia occidental y, un par de décadas más tarde, nos la hubiese devuelto en su versión 2.0. Es decir, que lo que actualmente se entiende como algo de Oriente tiene su origen en Occidente y, aunque reinventados, sus pilares se sustentan en la música popular estadounidense. Algunos estudiosos, de hecho, sostienen que no hay nada de coreano en el k-pop o, al menos, de la música tradicional de la nación, mucho más pentatónica y melódica que su nuevo pop.

Ciertamente, la moda de las boybands nunca se terminó de ir del todo, sino que quedó relegada a un segundo plano dentro del mainstream: en España continuamos teniendo proyectos como Auryn o Sweet California hasta bien entrado el nuevo siglo. Por otra parte, el género ha crecido a la par que Tik Tok (red social que proviene de China) ha superado en número de usuarios jóvenes a Instagram. La aplicación, más centrada en reels que en fotografías, ha revolucionado el mundo de la danza, puesto que un usuario aleatorio puede grabarse haciendo una coreografía y cualquiera puede replicarla: un medio ideal para el desarrollo del k-pop, que inunda la plataforma de trends de baile (y, aunque tu algoritmo esté fuera de ese universo, siempre se te puede colar algo). Así, estos bailes son transmitidos a través de los fuertes lazos que genera su comunidad o fandom, el elemento social más representativo del género.


La armada k-popper

Actualmente, los seguidores de la música surcoreana se consideran aquellos con el fanatismo más intenso que se percibe, fundamentalmente, a través de redes sociales. Por poner un ejemplo, el 25 de enero de este año Pablo Motos llamaba a J-Hope (BTS) “flipy japonés” en El Hormiguero. Esa misma noche, Internet se llenó de miembros de la ARMY (fandom de la formación) criticando al presentador del programa, hasta el punto en el que esta información llegó a medio internacionales que publicaron artículos al respecto, tildando a Motos de racista. Al ver que no emitía ninguna disculpa, el fandom pasó a la siguiente fase: un review bombing de El Hormiguero en Google, pasando de un 80% de comentarios positivos a un 17% en solo un par de días, y quedándose en un 1,4 de popularidad. Siendo el programa con más audiencia de su franja horaria (que coincide, además, con el prime time) es sorprendente que el sentimiento comunitario de un grupo de fans, por grande que sea, sea capaz de tal hazaña.

Fuera de España, en el año 2020, Trump escogió la ciudad de Tulsa para celebrar un mitin político, anunciando por Twitter que había recibido más de un millón de solicitudes para asistir a éste, y llegando incluso a colocar un escenario en el exterior del recinto para todo aquel que se hubiese quedado fuera. Esto ocurría un mes más tarde del asesinato de George Floyd y, cuando Trump acudió al acto, que iba a ser televisado, todas las butacas estaban vacías. Tiempo más tarde, los k-poppers confesaron ser los artífices de todo aquello, reservando todas los asientos con el fin de que se viesen sin ocupar en la pantalla. Algo similar ocurría en las elecciones autonómicas españolas de 2021, cuando el fandom español saboteó las cuentas de Twitter de algunos partidos políticos, llenando sus interacciones de vídeos de idols bailando para que los mensajes de apoyo que pudiesen recibir se difuminaran entre la bruma.

Aun con ello, no se ve mucho k-pop en medios especializados, en radiofórmula o en espacios culturales relevantes. Su origen periférico (pese a un sonido pop fácilmente digerible) y su audiencia mayoritariamente femenina (y adolescente) provocan que, fuera de las fronteras de su escena, todavía no sea considerada música “seria” pese a su público masivo. Sin embargo, y uniendo los puntos, la conclusión más evidente sería pensar que queda mucho k-pop por llegar, así que más te vale que te prepares y aprendas sobre él: ya sabes lo que un k-popper es capaz de hacer.


Escrito por Marta España || Foto: YG Entertainment

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