Afrobeats, al ritmo de una conquista global
Informe en profundidad de un género musical en continuo movimiento
Como con casi todos los developments que se produjeron en la música electrónica durante los años 90, el origen de los afrobeats hay que buscarlo en la ida y vuelta, en la conversación. Es la mezcla de sonidos típicamente africanos, con la tradición clubber británica primero –una relación que viene en este momento de vuelta pero que ya había tenido varias idas con el ska o el jungle–, con Nueva York, Miami y Latinoamérica después, expandiéndose junto al imperio del subgrave, lo que termina cristalizando en un sonido optimista, brillante, dinámico y enérgico que manteniendo y explotando sus diferencias consigue sintonizarse con los gustos pop globales, cada vez más sumidos en la tensión entre lo genuino –lo local– y lo estándar. Como género arraigado en la diáspora y en la globalización, su identidad está hoy difuminada y es difícil distinguir qué es realmente, más allá de una etiqueta que de algún modo viene a resumir todas las sensibilidades sonoras africanas que conectan con la juventud contemporánea.
Lo que es evidente es que la consolidación de un sonido propiamente africano a nivel mundial sigue no solo al interés creciente por parte de la industria –que busca en los márgenes nuevas estrellas para alimentar la maquinaria occidental y para ampliar su volumen de mercado–, también a una lenta pero inexorable revolución social que se está dando en los últimos diez años desde la juventud de los barrios de ciudades como Lagos, Soweto, Johannesburgo, Pretoria, Durban, Kampala o Dar es-Salam. Ciudades que, además, están inmersas en una verdadera explosión demográfica y que se nutren de la ida y vuelta diaspórica de algunas de sus figuras. Burna Boy, por ejemplo, se ha convertido en el auténtico rey contemporáneo del afropop, un estatus que ya han confirmado sus llenazos en plazas míticas del mundo anglo como el O2 Arena de Londres y el Madison Square Garden de Nueva York o su paso por festivales como Primavera Sound y Coachella, donde actuó en 2019 como parte de un desembarco nigeriano en el que también participó Mr. Eazi y recientemente este mismo año desde el escenario principal y brindando una verdadera fiesta panafricana. Pero, aunque mirando siempre a sus raíces nigerianas y rindiéndoles pleitesía, no deja de haber construido su carrera desde Londres, desde una cierta posición de privilegio.
La misma tensión se reprodujo en el seno de las escenas de África: se exporta una idea de música panafricana que por suerte ha desplazado al viejo y desacertado concepto de “world music”, pero todo el proceso lo acaparan los afrobeats, un género que realmente solo hace referencia a una escena de Nigeria estrechamente relacionada con el autodenominado movimiento alté, promovido por una juventud alternativa y acomodada de la ciudad de Lagos. Y aunque en el fondo todo pertenece a la idea de afropop que sí serviría –si es que acaso sirve– como cajón de sastre para toda la música africana de nuevo cuño, lo cierto es que los afrobeats han ido, poco a poco, expandiendo sus oídos hacia otras regiones de África para terminar absorbiendo las sonoridades oscuras y diluidas del gqom, la flexibilidad del amapiano, la furiosa velocidad del singeli o el afrofuturismo y las influencias soul-jazz del afrobeat clásico. Otros territorios más marginales, especialmente desde algunos suburbios de Sudáfrica, vieron cómo esa Nigeria adinerada, vía Londres, vía Los Angeles, se apoderaba de todas las nuevas sonoridades de África. Pero finalmente reina la paz y ese concepto de panafricanismo musical ha terminado imponiéndose. Los artistas colaboran entre sí, surgen sellos fuertes para todas las escenas y para todos los subgéneros y cada uno reclama su propia atención especializada mientras sobre todo sobrevuela un pop africano que nada desentona en las emisoras de Barcelona, Medellín, Los Angeles, París o Londres y que nutre clubs por todo el mundo, de Toronto y Miami a Melbourne o Mumbai con escala en Ibiza. África tiene, hoy, su propia voz, y todos somos capaces de entenderla.
Hay quien podría decir incluso que lo que entendemos por afrobeats es una música especialmente diseñada –aunque no sea de forma directamente intencional– para plataformas como TikTok: sencilla, agradable, tremendamente pop, reconocible y pegadiza, ‘catchy’… y, sobre todo, y hundiendo sus raíces al respecto en la profundidad de las músicas de África, física, rítmica, y estructurada en torno a riffs breves que funcionan como leitmotivs –una característica que, por ejemplo, el afrobeat nigeriano original, el de los sesenta y setenta, el de Fela Kuti, comparte con el jazz fusión japonés que tan influyente fue para la configuración sonora de los openings de anime–. La tradición africana en todas sus formas sirve para narrar el levantamiento de un continente sometido sistemáticamente al expolio –económico, geográfico, social, cultural– por parte de Occidente. Estos artistas –y muchos más– están intentando que las tornas se den la vuelta.
Burna Boy
Ya hemos hablado del rey del afropop, un verdadero gigante de la música africana a nivel mundial gracias al impacto de “African Giant” (Atlantic, 2019), el segundo disco que lanzó bajo el sello de una multinacional y que logró una nominación en los Grammy a Mejor Disco de Músicas del Mundo. Con su siguiente disco, “Twice As Tall” (Atlantic, 2020), logró el premio, y en 2022 lanzó “Love, Damini” (Atlantic, 2022) para rubricar un ascenso imparable a la élite del pop global entre colaboraciones con Justin Bieber, J Balvin, Sam Smith, Ed Sheeran, Stormzy… Un poco de esto va su nuevo álbum, “I Told Them” (Atlantic, 2023), cuyo primer sencillo presentaba un título tan clarificador como “Sittin’ On Top Of The World” y en el que le vemos alejarse del colorismo para abrazar un sonido mucho más rapero. A día de hoy puede hacer lo que quiera: adalid del panafricanismo, no solo fue uno de los protagonistas del desembarco nigeriano en Coachella de 2019 –donde ha repetido con súper banda este año–, también ha sido el primer artista africano en llenar el Madison Square Garden, en actuar en una final de la Champions League o en colocar un disco en las listas de éxitos de países como Inglaterra, Francia o los Países Bajos.
Wizkid
Hay perfiles que parecen adelantados a su época pero que se resisten a reclamar siempre su momento. Uno de ellos podría ser Wizkid. Entre 2014 y 2015 cimentó su estatus como superestrella de los afrobeats en Nigeria y en toda África con su segundo álbum, “Ayo” (Empire Mates, 2014), pero lo que en ese momento no sabía es que Skepta acababa de entrar en su fase de echar la vista hacia sus raíces nigerianas y le había descubierto. Casualidades de la vida, coincidió también con el tiempo en que a un Drake siempre despierto le empezó a interesar el rap británico y toda la movida grime, cristalizando toda esta carambola en un remix de “Ojuelegba” que, de algún modo, representa el comienzo de los afrobeats contemporáneos. El epílogo de esta colaboración fue, para dar más madera, el sencillo más grande de Drake hasta la fecha y su primera gran bandera en la luna mundial: “One Dance”. Se había abierto la veda para la conquista del pop mundial por parte de los afrobeats.
Mr Eazi
Con una mente trituradora y una idea de la fusión muy clara, Mr Eazi ha sido una de las figuras claves en unir la línea de puntos sonoros que separa Ghana de Nigeria vía bocina y soundsystem –o lo que es lo mismo, fundamental para entender los nuevos afrobeats, que combinan el highlife de Ghana con el dancehall jamaicano sobre una paleta de hip-hop y pop globales–, y así lo atestigua su primera gran mixtape desde el mismo título: “Life Is Eazi, Vol. 1 – Accra To Lagos” (emPawa Africa, 2017). También un sencillo previo, “Bankulize”, quizá el tema que le confirmaba como una de las estrellas del futuro y que reunía a Burna Boy con el rapero ghanés Pappy Kojo. Su expansión internacional nunca paró de crecer desde entonces, conectando mucho con las escenas de Londres y de Toronto, hasta que en 2019 alcanzó su apogeo: J Balvin y Bad Bunny le convirtieron en el único featuring –bueno, también estaba Marciano Cantero de Enanitos Verdes; casi nada– de su disco conjunto, “Oasis” (Universal, 2019), y junto a ellos y a Burna Boy desembarcaría en el escenario principal de Coachella en una edición histórica para las periferias sonoras. Clave también para la unión de los afrobeats con el dembow vía dancehall, hoy ha vuelto la mirada a su hogar y lidera el colectivo panafricano ChopLife SoundSystem. Además, ha fundado un sello, emPawa Africa, donde acoge a futuras estrellas de los afrobeats como un Joeboy que, por su parte, llegó a hacerse viral en TikTok cuando se montó junto al rapero ghanés Kuami Eugene en el remix de “Love Nwantiti (Ah Ah Ah)”, de CKay, otro de los artistas imprescindibles para entender la explosión del alté y los afrobeats.
Rema
Nacido Divine Ikubor en el año 2000, este joven nigeriano puede ser, fácilmente, la cara visible de la nueva ola de afrobeats. Es el puntal de Mavin Records, el que en su día fuera sello de las estrellas afropop Reekado Banks y Tiwa Savage y hoy es casa, también, de Ayra Starr. Y llegó allí por intermediación directa de Charles Enebeli aka D’Prince, otro de los gigantes del negocio del pop africano. Pero es que lo suyo era la crónica de un éxito anunciado. Ya con su primer EP logró viralizar “Dumebi”, tema al que le siguió un remix con Becky G e incluso una versión de Major Lazer, y después de su debut –“Raves and Roses” (Mavin, 2022)– y sobre todo gracias a la versión de “Calm Down” junto a Selena Gomez logró convertirse en el primer artista africano en superar la barrera de los dos millones de streams en sus canciones en Spotify. No nos olvidamos, claro, de su featuring en la espectacular última mixtape de Bad Gyal, en esa preciosamente macarra “44” en la que se ve de nuevo el amor de la barcelonesa por las músicas urbanas de origen africano.
Tems
Toda la escena de Nigeria se volcó para conseguir que el talento de Temilade Openiyi brillara como merecía: Davido, uno de los primeros baluartes del pop africano a nivel global y responsable de trayectorias de éxito como la de Oxlade, la invitaba a sumarse con él al remix de “Know Your Worth” del estadounidense Khalid con el dúo de house británico Disclosure, y Wizkid le ofrecía participar en “Esssence”, uno de los sencillos más señalados de “Made in Lagos” (Starboy, 2020), tanto que en la reedición que siguió a la conquista mundial del nigeriano el que se montaría en el remix sería Justin Bieber –la fiebre del canadiense con el pop africano no acababa ahí: también sería clave en la popularización de otro joven artista nigeriano, Omah Lay–. Y ya: desde entonces esta nigeriana de 28 años y devota declarada del legado de Yemi Alade se ha convertido en la cabeza femenina de la explosión global de los afrobeats, horadando poco a poco su camino en el Hot 100 de Billboard gracias a colaboraciones con Drake –“Fountains”, para “Certified Lover Boy” (OVO, 2021)–, con Beyoncé y Grace Jones –“Move”, para “Renaissance” (Columbia, 2022)– o con Rihanna, con la que comparte créditos en “Lift Me Up”, canción para la banda sonora de “Black Panther: Wakanda Forever” (Def Jam, 2022) que le valió, además, una nominación a los Globos de Oro. “Wait For U”, en la que vuelve a compartir focos con Drake para el “I Never Liked You” de Future (Epic, 2022), supuso su primera vez encabezando las listas de éxitos norteamericanas, pero también era la primera vez que lo hacía una artista africana; unos meses más tarde se convertiría, además, en la primera africana en ganar un Grammy.
Amaarae
Aunque Ama Serwah Genfi no es de Nigeria ni ha hecho escala en Londres –es del Bronx, en Nueva York, y se ha criado entre Atlanta y Accra–, representa en parte las mismas idas y vueltas que Mr Eazi pero con una perspectiva queer y mucho más contemporánea. Sus comienzos musicales están fuertemente ligados a la escena nigeriana alté, apareciendo en temas de artistas como Odunsi The Engine, Wande Coal, Aylø, Blaqbonez o la propia Tems y compartiendo escenario con mitos como Cruel Santino y los fundacionales DRB LasGidi o nuevos valores afrobeats como Teni. Pero nunca se ha desconectado de las músicas de Ghana ni de sensibilidades globales, y con mix de todo ello ha dado forma a uno de los álbumes más destacados de este curso y de los afrobeats contemporáneos, “Fountain Baby” (Golden Angel, 2023).
Olamide
Olamide es, sencillamente, uno de los artistas africanos más influyentes de los últimos quince años. Su trayectoria ha sido fundamental para tender puentes en el interior de la propia Nigeria pero también con el resto de África, todo construido desde la independencia y la colaboración. Todos los que han salido en esta lista –y muchos más– tienen un tema con este productor, cantante y rapero que siempre supo apreciar el valor de las fusiones. Como reputado empresario musical, fundó su propio sello, YBNL Nation, en 2012, y en 2020 llegó a un acuerdo global de distribución con Empire. Entre sus puntales a día de hoy podemos encontrar a Fireboy DML o a Asake, uno de los primeros en adherirse al animismo del amapiano y en utilizar slang yoruba en una especie de fusión wéré.
Afrobeats en España
Pese a una inmigración numerosa procedente de países africanos como Senegal, Nigeria o Mali –y sin contar países del Magreb como Marruecos y Argelia, que acaparan más de un 75% de la inmigración africana en nuestro país–, es evidente que los afrobeats aquí no han terminado de calar. Evidentemente hay generaciones de chavales de ascendencia africana pero ya crecidos aquí que han ido adaptando su propia síntesis de la evolución de los sonidos de África, y ahí están, por ejemplo, el marroquí Aissa –su debut de 2021 llevaba por título “African Lover” (Oh Fuck We Nice, 2021)–, la barcelonesa Marga Mbande o, sobre todo, el dúo formado por Madk!d y Polanskyy, desde sus primeros pasos como Love, Peace and Money hasta un presente en el que han unido sus engranajes con Besako, de Besako y el Rizmo, o colaborado con mitos como el productor Fasta Selectah (Swan Fyahbwoy, entre otros), todo un referente en la introducción de la electrónica africana en España, y la gente de la vallecana crew de Todo el Rato.
Si acaso se pueden reconocer saliendo de lo tan concreto los ecos de ese pop global que está en conversación con el R&B, con el soul, con el hip-hop, con el trap, con el house, con el techno, con el dancehall o con el dembow, y ahí están para corroborarlo las carreras de Bad Gyal o del colectivo madrileño Afrojuice. Sus sonoridades se cuelan en las canciones de Beny Jr y Morad, quizás los que más avances han hecho en este sentido en el terreno del mainstream, o de Leïti Sène, por ejemplo. También en algunas de Rels B, que este mismo año ha lanzado una de las referencias de afrobeats más claras de nuestro país, “AfroLOVA’ 23” (DALE PLAY, 2023), con una curiosa fusión con nuestra canción popular que también se puede reconocer en momentos del álbum más reciente de Dellafuente. O de Nickzzy, de Love Yi, de Camin y Los Del Control, de Quevedo –colaborando con Ovy on the Drums– y de discípulos suyos como Saiko –al que no le da miedo vestirse con un género nuevo cada día–. Incluso podría decirse que en ese todo a la vez en todas partes que es la música urbana en la actualidad todos han querido hacer un poco su aportación, como sucedió con el drill o como en parte está sucediendo con el jersey club o con el hardcore. ¿En la música urbana, digo? Va más allá: en “4U” podemos ver a Pablo Alborán sugerir afrobeats junto a CKay y a Leo Rizzi como representante de esa ola de nuevo pop.
Pero es, como se ve en casi todos estos casos, generalmente fruto de una conversación con Latinoamérica y su adaptación de la electrónica de origen africano y sus relaciones evidentes con ritmos caribeños –Sampha me comentó hace poco las enormes similitudes sonoras y sobre todo rítmicas que encuentra entre la música del África Occidental y la música latina, una de las razones que le llevaron a escoger a El Guincho como productor de su nuevo trabajo, “LAHAI” (Young, 2023)–. Es allí donde siempre ha tenido impacto y donde se ha trazado una narrativa paralela al dancehall y a las herencias jamaicanas, como demuestran los numerosos juntes de J Balvin con artistas como Sean Paul, Mr Eazi o Burna Boy, la carrera en general de Ozuna –siempre un defensor de los sonidos afro– pero también colaboraciones concretas como la que tiene con Omah Lay y temas ya míticos en esta ida y vuelta como “Mama Tetema” de Maluma con Rayvanni, “Maria Elegante” de Anitta con Afro B –representante de la corriente afrowave–, “Ku Lo Sa” de Camila Cabello con Oxlade, “Bubalu” de Feid con Rema o “Sad Girlz Luv Money” de Kali Uchis con Amaarae.
Escrito por Diego Rubio || Foto: Elliot Hensford
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