St. Vincent

St. Vincent, la frialdad más ardiente

Repasamos la trayectoria de la artista estadounidense, que actuará en Barcelona y Madrid el próximo octubre.

Por Juan Manuel Freire

Desde hace ya dos décadas, Annie Clark, alias St. Vincent, camina con decisión por la frontera entre la dulzura y la tensión. Su art-pop-rock melódico pero abrasivo ha ido cautivando a cada vez mayores públicos, y este otoño llegará a España convertida en ídolo de grandes minorías; el 18 de octubre pasará por la sala Razzmatazz de Barcelona, y dos días después, por La Riviera de Madrid. Repasamos su trayectoria en cinco puntos.


1. Un poco de prehistoria

Nacida en Tulsa, Oklahoma, en 1982, Annie Clark recibió su primera guitarra a los cinco años; por desgracia, era de juguete. Pero a los doce ya tocaba las de verdad y de adolescente se empapaba de la vida del músico como roadie de Tuck & Patti, el proyecto jazz de su tío, el guitarrista Tuck Andress, y la esposa de este, la cantante Patti Andress. Tras formar parte del grupo jazz de su instituto, se enroló en la famosa escuela Berklee de Boston, de la que se marchó a los tres años por no encontrar la inspiración esperada.

Tocar, pasar a la práctica, era lo más importante para ella. Estuvo un tiempo en la formación de pop coral The Polyphonic Spree y, después, ayudó en directo a Sufjan Stevens: así fue como la vimos por primera vez en Barcelona en 2006, en el Casino la Aliança de Poblenou. Ese mismo año decidió formar su propio proyecto, uno con el nombre del hospital donde murió el poeta Dylan Thomas; dato que aprendió, según explicó en “The Colbert Report”, escuchando el tema “There She Goes, My Beautiful World” de Nick Cave.



2. Primeros grandes discos

En 2007 publicaba ya “Marry Me” (2007), una ópera prima que parecía cualquier cosa salvo eso, solo un primer disco. Una favorita personal: la balada de asesinato “Your Lips Are Red”. Dos años después, confirmaba su potencial con “Actor” (2009), el disco de, por ejemplo, la extraordinaria “Marrow”, con uno de esos riffs abrasivos que acabarían siendo marca de la casa. Todavía más hits tenía “Strange Mercy” (2011): de “Cheerleader” a la carta de amor a Nueva York “Dilettante”, pasando por un tema titular de inmensa belleza. En los directos de presentación de aquel álbum sorprende con una gélida fiereza, aunque en el de Apolo de 2012 hubiera que hacer callar a un público inconsciente. La electricidad pesada de aquellos conciertos se extiende después al single “Krokodil” (2012).



3. El salto multinacional

Ese mismo año, 2012, el mundo se vuelve algo mejor con la publicación de “Love This Giant”, su álbum en colaboración con David Byrne, un festival de pop arty con extra de arreglos de viento. Fue después de aquel (y sus preciosos conciertos de presentación) que Clark fichó finalmente por una multinacional. En “St. Vincent” (2014) se advierte holgura de medios, pero las partituras no resultan, quizá, tan memorables como en otras ocasiones. Mi opinión es impopular: fue el mejor disco del 2014 para “The Guardian”, “New Musical Express” o “Entertainment Weekly”.

Mucho más efectivo era, sea como sea, “Masseduction” (2017), un claro intento de encontrar hueco en el mainstream. Se dejaba ayudar por Jack Antonoff, productor/compositor de estrellas como Taylor Swift, Lorde, Sia y Carly Rae Jepsen, como en el posterior y mucho más irregular “Daddy’s Home” (2021), raro caso de disco de St. Vincent con la mirada puesta en el pasado: rastros de pop setentero. “La nostalgia es una actitud cínica y tenemos que luchar por convertir el presente en el mejor de los tiempos”, me había dicho en entrevista con “El Periódico” en 2012. Ha demostrado otra vez afán rompedor con el autoproducido “All Born Screaming”, apasionante a la altura de “Violent Times” o “Sweetest Fruit”.



4. Heroína de la guitarra

A su paso por Apolo en noviembre de 2014, St. Vincent se marcó un memorable arranque de concierto con “Rattlesnake”, oportunidad para marcarse uno de sus imposibles solos de guitarra. No se dice lo suficiente y hay que remarcarlo: Clark es una guitarrista de otra dimensión, una experta en líneas matemáticas pero imposibles, tan retorcidas como las escaleras de Scher. Sus tonos son únicos y sienta cátedra con su empleo de la distorsión.

Por otro lado, a partir de “St. Vincent” su música adquirió un tacto especialmente sintético, y entre las canciones más memorables de “Masseduction” estaba el funk robótico del tema titular o el banger electro-pop “Los Ageless”, titulada así por su visión de Los Ángeles, una ciudad donde nadie crece nunca, “una especie de Nunca Jamás en tonos neo-noir”, según me dijo en 2017. En el reciente “All Born Screaming” ha dejado bien clara su pasión por los sintetizadores modulares. 



5. Artista de cine

Hablar de St. Vincent es, inevitablemente, hablar de cine. Su canción “Chloe in the afternoon” es una especie de tributo a “El amor después del mediodía”, la película de Eric Rohmer de 1972. El himno “Surgeon” nació de una frase que Clark leyó en los diarios de Marilyn Monroe: “El mejor, más brillante cirujano; Lee Strasberg, ven y ábreme”, escribía la actriz sobre su por entonces profesor Lee Strasberg, el padre del famoso “método”.

Por un tiempo llegó a parecer que Clark dejaría la música en segundo plano para ejercer como directora. Se estrenó con un (estimable) corto (“The Birthday Party”) incluido en “xx”, antología de historias de terror dirigidas por mujeres. Lo siguiente debía ser una adaptación de “El retrato de Dorian Gray”, una en la que Dorian sería mujer. Pero antes la vimos, no dirigiendo, sino como actriz y guionista, en “The Nowhere Inn”, falso documental en clave de thriller psicológico en el que colaboró con Carrie Brownstein, como antes en “Portlandia” o los sketches de Thunder Ant. Ahora, la música parece volver a mandar en su carrera. Con ímpetu y ardimiento.



Foto: Alex Da Corte


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