RIGOBERTA

Rigoberta Bandini y su “Jesucrista Superstar”: un exceso pop entre la gloria y la grieta

En su segundo álbum, Rigoberta Bandini transforma la nostalgia ochentera en un espejo roto de la era digital, mezclando hedonismo, ansiedad y una ambición desbordante

| Por Álvaro García Montoliu

En su segundo álbum, “Jesucrista Superstar”, Rigoberta Bandini desata una ambiciosa odisea doble que resuena como un eco distorsionado de los años 80, pero filtrado a través de un prisma rabiosamente contemporáneo. Publicado el pasado viernes, este trabajo de casi dos docenas de canciones se presenta como una catedral sónica de pop español, un artefacto que, según su equipo –con ese humor autoconsciente que ya es marca de la casa–, aspira a ser “el proyecto más ambicioso del pop ‘made in Spain’ desde ‘El Madrileño’ de C. Tangana”. Pero donde aquel disco de Tangana miraba hacia el pasado con una nostalgia mestiza, la catalana Paula Ribó construye un presente fracturado, un collage de synths brillantes, beats rotos y confesiones existenciales que capturan el vértigo de ser mujer, madre y estrella pop en 2025.

Un sonido ochentero, pero con grietas

“Jesucrista Superstar” es un viaje al corazón de los 80, pero no como una recreación pulcra al estilo de “Stranger Things”. Aquí los sintetizadores burbujeantes y las líneas de bajo gomosas –algo así como ABBA cruzado con Raffaella Carrà– chocan con producciones afiladas y beats que podrían haber salido de un estudio de reggaetón futurista. Temas como “Pamela Anderson” o “Kaimán” (este último, el hit que arrasa en reproducciones) destilan ese brillo plástico de la era MTV, pero lo hacen con un giro irónico y moderno, cortesía de productores como Alizzz, Santos y Fluren o Stefano Maccarrone. Fan como es de la canción melódica clásica, en el álbum asoman otras influencias como en “Brindis!!!” y sus ecos a una Paloma San Basilio ochentera. Hay un eco evidente de Franco Battiato en “Busco un centro de gravedad permanente” más allá del título, un homenaje que no solo samplea su misticismo melódico, sino que lo recontextualiza como un grito de anhelo millennial: encontrar algo sólido en un mundo que se desmorona. Es un revival que no se conforma con la nostalgia, sino que la usa como combustible para hablar del ahora.


La dualidad artista-persona

Si algo define a Bandini, es su habilidad para desdoblarse en el escenario y en la vida. “Jesucrista Superstar” no es solo un disco, es un diario sonoro de Paula Ribó: la mujer que cambia pañales, que se pierde en las redes sociales, que teme no ser suficiente. “Kaimán” lo dice todo: “Dime si estoy guapa, si está todo OK / Dime si soy alguien o si soy solo un fake”. Es el síndrome del impostor convertido en estribillo bailable, una exploración de la brecha entre la diva pop que encabeza festivales y la treintañera que se pregunta qué demonios está haciendo con menciones a támpax y ciclos menstruales. Esta tensión atraviesa el álbum como un hilo rojo, desde la intro hablada (donde la palabra “caca” suena como un manifiesto punk) hasta “Club de las xavalas tristes”, un himno que mezcla sororidad y autocrítica con un gancho irresistible.


El pop como crónica generacional

Desde su salto al estrellato con “Ay Mamá” en el Benidorm Fest de 2022 –un casi-hit eurovisivo que se convirtió en bandera feminista–, Bandini ha sabido hablarle a una generación atrapada entre el hedonismo y la ansiedad. “Jesucrista Superstar” eleva esa vocación al cubo. Habla de la obsesión por el físico (“Pamela Anderson”), la adicción a las pantallas, la maternidad como carga y liberación, e incluso la religión como refugio dudoso. No hay hits tan inmediatos como “In Spain We Call It Soledad” o “Perra” de su debut, “La Emperatriz” (2022), pero lo compensa con ‘growers’ que crecen con cada escucha: “Soy mayor” destila la frustración de envejecer sin manual de instrucciones, mientras que “Canciones alegres para días tristes” (con Luz Casal) convierte la melancolía en un bálsamo acústico. Es pop cotidiano, lleno de referencias –de Coca-Cola a Greta Thunberg– que lo hacen universal y a la vez íntimo.


Colaboraciones que expanden su universo

Bandini no está sola en esta cruzada. Además de sus productores habituales, el álbum cuenta con nombres que enriquecen su paleta. Alizzz aporta un toque urbano y roto a “JAJAJA”. Juliana Gattas (de Miranda!) inyecta descaro a “Todas tienen ganas de jaleo” y juega con la imaginería de los “boys” y las despedidas de soltera: “Todas las mujeres tienen ganas de empotrarte, chico”. Por su parte, Luz Casal eleva “Canciones alegres” a un plano casi sagrado. “Es desolador: ya no conecto con mi alrededor”, narra Rigoberta caminando por la Gran Vía. Estas alianzas no son mero adorno; son puentes hacia otros mundos sonoros que amplifican la ambición de Bandini. Incluso Rémi Fa, en “Cada día de la semana”, aporta una frescura caótica que refleja el desorden de las relaciones modernas: por ahí suelta un muy autorreferencial “¡qué se acabe este disco ya!”. Es un disco que se nutre de voces externas para construir su propio universo.


Hedonismo con cicatrices

En “Jesucrista Superstar”, Paula Ribó no teme ensuciarse. Hay un exceso deliberado en sus 22 pistas, un barroquismo que coquetea con lo irreverente (“La pulga en el sofá” podría ser un descarte de un disco infantil) y lo sublime (“Busco un centro de gravedad permanente” es pura trascendencia pop). Pero en ese caos brilla su esencia: un placer que no rehúye la autocrítica ni el dolor. “Todas tienen ganas de jaleo” es un canto al desenfreno con un guiño pícaro, mientras que “Kaimán” mezcla euforia bailable con inseguridad existencial. Es como si Bandini hubiera decidido que la pista de baile es el mejor lugar para exorcizar demonios.

Tras un paréntesis de los focos –dedicado a vivir, viajar y componer joyas como “Solo quiero amor” (Goya 2024 a mejor canción original)–, Rigoberta Bandini regresa con un disco que no solo consolida su estatus como emperatriz del pop alternativo español, sino que la corona como una Jesucrista Superstar: imperfecta, humana, gloriosa. No es un álbum de hits instantáneos, sino un mosaico de emociones que pide tiempo y complicidad. En un panorama musical saturado de fórmulas, esto es pop con alma, un grito generacional que baila entre la luz y las sombras.


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